La Academia Épsilon era todo un mundo contenido en sí mismo. Separada del resto de la ciudad por kilómetros de bosques y rejas antiguas, se decía que solo los mejores Alfas y los Omegas más prometedores lograban ingresar. Los edificios de piedra blanca se alzaban majestuosos, divididos en alas estrictamente separadas: el ala norte para los Alfas, el ala sur para los Omegas. Entre ambas, un viejo camino empedrado cruzaba como una frontera silenciosa. Nadie debía atravesarlo fuera de los horarios permitidos. Cada alumno tenía su propia habitación, espaciosas y personalizadas según su estatus. Pero incluso en sus pequeños reinos privados, las reglas invisibles de la Academia pesaban como cadenas de oro.